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—Señora González, ó como es su gracia de vuesa merced.

—Doña Rodríguez de Grijalva me llamo, respondió la dueña, ¿qué es lo que mandáis, hermano?

A lo que respondió Sancho:

—Querría que vuesa merced me la hiciese de salir á la puerta del castillo, donde hallará un asno rucio mío: vuesa merced sea servida de mandarle poner ó ponerle en la caballeriza, porque el pobrecito es un poco medroso, y no se hallará á estar solo en ninguna de las maneras.

—Si tan discreto es el amo como el mozo, respondió la dueña, medradas estamos. Andad, hermano, mucho de enhoramala, para vos y para quien acá os trujo; tened cuenta con vuestro jumento, que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas á semejantes haciendas.

—Pues en verdad, respondió Sancho, que he oído decir á mi señor, que es zahorí de las historias, contando aquella de Lanzarote cuando de Bretaña vino, «Que damas curaban dél, y dueñas de su rocino ;» y que en el particular de mi asno, que no lo trocara yo con el rocín del señor Lanzarote.

—Hermano, si sois juglar, replicó la dueña, guardad vuestras gracias para donde lo parezca y se os paguen, que de mí no podéis llevar sino una higa.

—Aun bien, respondió Sancho, que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quinola de sus años por punto menos.

—Hijo de puta, dijo la dueña toda ya encendida en cólera, si soy vieja ó no, á Dios daré la cuenta, que no á vos, bellaco, harto de ajos; y esto dijo en voz tan alta, que lo oyó la duquesa, y volviendo el