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dicho, los dos para asentarse á la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohino, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza diciéndole:

Sentáos, majagranzas, que adonde quiera que yo me siente será vuestra cabecera; y este es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.

Púsose don Quijote de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se le parecían. Los señores disimularon la risa porque don Quijote no acabase de correrse habiendo entendido la malicia de Sancho; y por mudar de plática y hacer que Sancho no prosiguiese con otros disparates, preguntó la duquesa á don Quijote, que qué nuevas tenía de la señora Dulcinea, y que si le había enviado aquellos días algunos presentes de gigantes ó malandrines, pues no podía dejar de haber vencido muchos. A lo que don Quijote respondió:

—Señora mía, mis desgracias, aunque tuvieron principio nunca tendrán fin. Gigantes he vencido y follones y malandrines le he enviado; ¿pero adónde la habían de hallar si está encantada y vuelta en la más fea labradora que imaginarse puede?

—No sé, dijo Sancho Panza; á mí me parece la más hermosa criatura del mundo; á lo menos en la ligereza y en el brincar bien sé yo que no dará ella la ventaja á un volteador á buena fe, señora duquesa, así salta desde el suelo sobre una borrica, como si fuera un gato,