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remos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados, que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato.

—Pídeselo tú á Dios, dijo don Quijote, y guía tú por donde quisieres, que esta vez quiero dejar á tu elección el alojarnos; pero dame acá la mano, y atiéntame con el dedo, y mira bien cuantos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor.

Metió Sancho los dedos, y estándole atentando, le dijo:

—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?

—Cuatro, respondió don Quijote, fuera de la cordal, todas enteras y muy, sanas.

Mire vuestra merced bien lo que dice, señor, respondió Sancho.

Digo cuatro, si no eran cinco, respondió don Quijote, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni comido de neguijón ni de reuma, alguna.

—Pues en esta parte de abajo, dijo Sancho, no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.

— Sin ventura yo! dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante. Mas á todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha