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cer lo que debía á estilo de caballero, y así te ruego, Sancho, que calles, que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud, y de consolar tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas á Rocinante y quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto ó vivo ó muerto.

— Viendo pues, Sancho la última resolución de su amo, y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria, y hacerle esperar hasta el día, si pudiese y así cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies á Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir no pudo, porque el caballo no se podía mover sino á saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo:

—Ea, señor, que el cielo conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar y espolear y dalle, será enojar á la fortuna, y dar coces, como dicen, contra el aguijón.

Desesperábase con esto don Quijote, y por más que ponía las piernas al caballo, menos le podía mover, y sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, ó á que amaneciese, ó á que Rocinante se menease, creyendo sin duda que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho, y así le dijo:

—Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar á que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.

—No hay que llorar, respondió Sancho, que yo