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entretendré á vuestra merced contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiera apear, y echarse á dormir un poco sobre la verde yerba á uso de caballeros andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.

—¿A qué llamas apear, ó á qué dormir? dijo don Quijote. ¿Soy yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tú que naciste para dormir, ó haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión.

—No se enoje vuestra merced, señor mío, respondió Sancho, que no lo dije por tanto; y llegándose á él puso la una mano en el arzón delantero, y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un dedo tal era el miedo que tenía á los golpes que todavía alternativamente sonaban.

Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido: á lo que Sancho dijo que si hiciera, si le dejara el temor de lo que oía; pero con todo eso yo me esforzaré á decir una historia, que si la acierto á contar y no me van á la mano, es la mejor de las historias, y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo.

—Erase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal para quien lo fuere á buscar; y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron á sus consejas, no fué así como quiera, que fué una sentencia de Catón Zonzorino, romano, que dice: «y el mal para quien lo fuere á buscar» que viene aquí como anillo al