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1 —¿De qué te ríes, Sancho? dijo don Quijote —Ríome, respondió él, de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.

—¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún extraño accidente debió de venir á manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su transmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja ni aun le llegue la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas: en ste entreta la traeré como pudiere, que más vale algo que nada, cuanto más, que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada.

—Eso será, dijo Sancho, si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron á vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo brebaje que me hizo vomitar las asaduras.

—No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tú, Sancho, dijo don Quijote, que yo tengo la receta en la memoriasi —También la tengo yo, respondió Sancho; pero yo la hiciere ni la probare más en mi vida, aquí sea mi hora: cuanto más que no pienso ponerme en ocasión de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir á nadie. De lo de ser otra vez man-