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á cuantos oirla quieren; porque viendo los cuerdos cual es la causa, no se maravillarán de los efectos, y si no me dieren remedio, á lo menos no me darán culpa, convirtiéndoseles el enojo de mi desenvoltura en lástima de mis desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís con la misma intención que otros han venido, antes que paséis adelante en vuestras discretas persuasiones, os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras, porque quizá después de entendido, ahorraréis del trabajo que os tomaréis en consolar un mal que de todo consuelo es incapaz.

Los dos, que no deseaban otra cosa que saber de su misma boca la causa de su daño, le rogaron se la contase, ofreciéndole de no hacer otra cosa de la que él quisiese en su remedio ó consuelo; y con esto el triste caballero comenzó su lastimera historia casi por las mismas palabras y pasos que la había contado á don Quijote y al cabrero pocos días atrás, cuando por ocasión del maestro Élisabat y puntualidad de don Quijote en guardar el decoro á la caballería, se quedó el cuento imper—fecto, como la historia lo deja contado; pero ahora quiso la buena suerte que se detuvo el accidente de la locura, y le dió lugar de contarlo hasta el fin; y así llegando al paso del billete que había hallado don Fernando entre el libro de «Amadís de Gaula», dijo Cardenio que le tenía bien en la memoria, y que decía desta manera:

LUSCINDA Á CARDENIO

«Cada día descubro en vos valores que me obli»gan y fuerzan á que en más os estime; así, si »quisiéredes sacarme desta deuda sin ejecutarme