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caso. En fin me resolví en que poco amor, poco juicio, mucha ambición y deseos de grandeza hicieron que se olvidase las palabras con que me había engañado, entretenido y sustentado en mis firmes esperanzas y honestos deseos. Con estas voces y con esta inquietud caminé lo que me quedaba de la noche, y dí al amanecer en una entrada destas sierras, por las cuales caminé otros tres días sin senda ni camino alguno, hasta que vine á parar á unos prados, que no sé á qué lado destas montañas caen, y allí pregunté á unos ganaderos que hacia donde era lo más áspero destas sierras.

Dijéronme que hacia esta parte. Luego me encaminé á ella con intención de acabar aquí la vida; en entrando por estas asperezas, del cansancio y de la hambre se cayó mi mula muerta, ó lo que yo más creo, por desechar de sí tan inútil carga como en mí llevaba. Yo quedé á pie, rendido de la naturaleza, traspasado de hambre, sin tener ni pensar buscar quien me socorriese. De aquella manera estuve no sé qué tiempo tendido en el suelo, al cabo del cual me levanté sin hambre, y hallé junto á mí á unos cabreros, que sin duda debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habían hallado, y cómo estaba diciendo tantos disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yo he sentido en mí después acá, que no todas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco, que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en mi vuelvo, me hallo tan can-