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en toda la ciudad, y todos hablaban dello, y más hablaron, cuando supieron que Luscinda había faltado de en casa de su padre y de la ciudad, pues no la hallaron en toda ella, de que perdían el juicio sus padres, y no sabían qué medio tomar para hallarla. Esto que supe, puso en bando mis esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado á don Fernando, que no hallarle casado, pareciéndome que aun no estaba del todo cerrada la puerta á mi remedio, dándome yo á entender que podría ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio por atraerle á conocer lo que al primero debía, y á caer en la cuenta de que era cristiano, y que estaba más obligado á su alma que á los respetos humanos.

Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas para entretener la vida que ya aborrezco. Estando, pues, en la ciudad sin saber qué hacerme, pues á don Fernando no hallaba, llegó á mis oídos un público pregón donde se prometía grande hallazgo á quien me hallase, dando las señas de la edad y del mismo traje que traía, y oí decir que se decía, que me había sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caída andaba mi crédito, pues no me bastaba perderle con mi venida sino añadir el con quién, siendo sujeto tan bajo, y tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que of el pregón, me salí de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba á dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenía prometida, y aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaña con medio de no ser dos; pero como suele