Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/348

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1 decirse que un mal llama á otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió á mí; porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vió en esta soledad, incitado de su misma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión que á su parecer estos yermos le ofrecían, y con poca vergüenza y menos temor de Dios ni respeto mío me requirió de amores y viendo que yo con feas y justas palabras respondía á las desvergüenzas de sus propósitos, dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó á usar de la fuerza: pero el justo cielo que pocas ó ningunas veces deja de mirar y favorecer á las justas intenciones, favoreció las mías, de manera que con mis pocas fuerzas y con poco trabajo di con él por un derrumbadero, donde lo dejé, no sé si muerto ó si vivo; y luego con más ligereza que mi sobresalto y cansancio pedían, me entré por estas montañas, sin llevar otro pensamiento ni designio que esconderme en ellas, y huir de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando. Con este deseo ha no sé cuantos meses que entré en ellas, donde hallé un ganadero que me llevó por su criado á un lugar que está en las entrañas desta sierra, al cual he servido de zagal todo este tiempo, procurando estar siempre en el campo para encubrir estos cabellos que ahora tan sin pensarlo me han descubierto; pero toda mi industria y toda mi solicitud fué y ha sido de ningún provecho, pues mi amo vino en conocimiento de que yo no era varón y nació en él el mismo mal pensamiento que en mi criado y como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallé derrumbadero