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si como él las cuenta y las escribe él de sí mismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes.

—Tomaos con mi padre, dijo el dicho ventero:

mirad de qué se espanta, de detener una rueda de molino; por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que leí yo de Félix Marte de Hircania, que de un revés sólo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas como los frailecicos que hacen los niños: y otra vez arremetió con un grandísimo y poderosísimo ejército, donde llevó más de un millón y seiscientos mil soldados, todos armados desde el pie hasta la cabeza, y los desbarató á todos como si fueran manadas de ovejas. Pues qué me dirán del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fué tan valiente y animoso, como se verá en el libro, donde cuenta que navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego, y él así como la vió se arrojó sobre ella y se puso á horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y la apretó con ambas manos la garganta con tanta fuerza, que viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir á lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar; y cuando llegaron allá abajo, se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos, que era maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, que le dijo tantas cosas, que no hay más que oir. Calle, señor, que si oyese esto, se volvería loco de placer: dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice.

Oyendo esto Dorotea, dijo callando á Cardenio :

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