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sarse había de ser parte para no comunicalle, como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si por la buena correspondencia que los dos tenían mientras él fué soltero, habían alcanzado tan dulce nombre como el ser llamados «los dos amigos,» que no permitiese que por querer hacer del circunspecto sin otra ocasión alguna, que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese á ser señor de su casa, y á entrar y salir en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que por haber sabido ella con cuantas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza. A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo á Lotario para persuadille volviese como solía á su casa, respondió Lotario con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario á comer con él, y aunque esto quedó así concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más convenía á la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en más que el suyo propio. Decía él, y decía bien, que el casado á quien el cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener de qué amigos llevaba á su casa, como mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones (cosas que no todas veces las han de negar los maridos á sus mujeres), se concierta y facilita en casa de la amiga ó la pa-