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Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo, que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.

—Que me place, dijo Anselmo, dí lo que quieras. Y Lotario prosiguió diciendo:

—Paréceme, oh Anselmo, que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, á los cuales no se les puede dar á entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que se les han de traer ejemplos palpables, fáciles, intelegibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar como cuando dicen:

«Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales ;» y cuando esto no entiendan de palabra, como en efeto no, lo entienden, háseles de mostrar con las manos, y ponérselo delante de los ojos, y aún con todo esto no basta nadie con ellos á persuadirles las verdades de nuestra sacra religión: y este mismo término y modo me convendrá usar contigo, porque el deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo malgastado el que ocupare en darte á entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino en pena de tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. Y porque claro lo veas, dime,