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dijo que cada día daría el mismo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio. Sucedió pues, que se pasaron muchos días, que sin decir Lotario palabra á Camila, respondía á Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza, antes decía, que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir á su esposo.

—Bien está, dijo Anselmo, hasta aquí ha resistido Camila á las palabras; es menester ver cómo resiste á las obras: yo os daré mañana dos mil escudos de oro. para que se los ofrezcáis y aun se los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla, que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, á esto de traerse bien y andar galanas; y si ella resiste á esta tentación, yo quedaré satisfecho, y no os daré más pesadumbre.

Lotario respondió, que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido.

Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo: pero en efeto determinó de decirle, que Camila estaba tan entera á las dádivas y promesas como á las palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se gastaba en balde. Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que habiendo dejado Anselmo solos á Lotario y á Camila como otras veces solía, él se encerró en un apo-