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sen lo que quisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese: sólo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba donde gentes no le viesen; y con muestras de mucho dolor y sentimiento se salió de casa, y cuando se vió solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacerse cruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan propios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo de que tenía por mujer á una segunda Pórcia, y deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudiera imaginarse. Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre á su señora, que no era más de aquello que bastó para acreditar su embuste, y lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones en tanto que la curaba, que aunque no hubieran precedido otras, bastaran á hacer creer á Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad.

Juntáronse á las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario tenerle para quitarse la vida que tan aborrecida tenía. Pedía consejo á su doncella, si diría ó no todo aquel suceso á su querido esposo, la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada á no dar ocasión á su marido á que riñese, sino á quitalle todas aquellas que le fuese posible. Respondió Camila, que le parecía muy bien su parecer, y que ella le seguiría; pero que en todo caso, convenía buscar qué decir á Anselmo de la causa de aquella herida, que él -