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que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que á su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo á mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso ó menesterosa que ha menester mi favor y ayuda; y volviendo las riendas, encaminó á Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. Y á pocos pasos que entró por el bosque, vió atada una yegua á una encina, y atado en otra un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta la edad de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía:

La lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: No lo haré otra vez, señor mío: por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

—Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede: subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que también tenía una lanza arrimada á la encina adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vió sobre sí aquella figura llena de armas, blándiendo la lanza sobre su rostro, tú-