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CAPÍTULO XL.

Argel, con el cual yo vine de Constantinopla algo contento, por estar tan cerca de España; no porque pensase escribir á nadie él desdichado suceso mio, sino por ver si me era mas favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya habia probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazon ni ventura: y pensaba en Argel buscar, otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamas me desamparó la esperanza de tener libertad, y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponia por obra, no correspondia el suceso á la intención, luego sin abandonarme, fingia y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca. Con esto entretenia la vida, encerrado en una prisión, ó casa, que los turcos llaman baño[1], donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares, y los que llaman del Almacen, que es como decir, cautivos del consejo, que sirven á la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que como son del comun, y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar á sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allí los tienen holgados y seguros, hasta que venga su rescate. Tambien los cautivos del rey, que son de rescate, no salen al trabajo con la demas chusma, sino es cuando se tarda su rescate, que entonces por hacerles que escriban por él con mas ahinco, les hacen trabajar, y ir por leña con los demas, que es un no pequeño trabajo. Yo, pues, era uno de los de rescate, que como se supo que era capitan, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, mas por señal de rescate, que por guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate: y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos á veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto, como oir y ver á cada paso las jamas vistas ni oidas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada dia ahorcaba al uno, empalaba á este, desorejaba

á aquel, y esto por tan poca ocasion y tan sin ella, que los turcos

  1. Los baños de los cautivos cristianos son unos como corrales grandes con algunos aposentillos y chozas al derredor, y en estos baños encierran de noche los moros á los cautivos que andan sueltos; que los presos están en las mazmorras, atormentados en diferentes géneros de prisiones. (Biblioteca Real: est. II, cod. 89 p. 375 v.)