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DON QUIJOTE.

mo? Cosa parece esta, que puede poner en admiracion á toda una Universidad por discreta que sea. Basta, si es que esta bacía es yelmo, tambien debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho. —A mí albarda me parece, dijo Don Quijote; pero ya he dicho que en eso no me entremeto. —De que sea albarda ó jaez, dijo el Cura, no está en mas decirlo el señor Don Quijote, que en estas cosas de la caballería todos estos señores y yo le damos la ventaja. —Por Dios, señores mios, dijo Don Quijote, que son tantas y tan estrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado me han sucedido, que no me atreva á decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque imagino, que cuanto en él se trata va por via de encantamento. La primera vez me fatigó mucho un moro encantado que en él hay, y á Sancho no le fué muy bien con otros sus secuaces, y anoche estuve colgado de este brazo casi dos horas, sin saber como, ni como no vine á caer en aquella desgracia. Así que ponerme yo agora en cosa de tanta confusion á dar mi parecer, será caer en juicio temerario: en lo que toca á lo que dicen, que esta es bacía y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero en lo de declarar si esa es albarda ó jaez, no me atrevo á dar sentencia definitiva, solo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes, quizá por no ser armados caballeros como yo lo soy, no tendrán que ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrán los entendimientos libres, y podrán juzgar de las cosas deste castillo, como ellas son real y verdaderamente, y no como á mi me parecen.

—No hay duda, respondió á esto Don Fernando, sino que el señor Don Quijote ha dicho muy bien hoy, que á nosotros toca la difinicion deste caso: y porque vaya con mas fundamento, yo tomaré en secreto los votos destos señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia. Para aquellos que la tenian del humor de Don Quijote, era todo esto materia de grandísima risa: pero para los que la ignoraban, les parecia el mayor disparate del mundo, especialmente á los cuatro criados de Don Luis, y á Don Luis ni mas ni menos, y á otros tres pasageros, que acaso habian llegado á la venta, que tenian parecer de ser cuadrilleros, como en efecto lo eran; pero el que mas se desesperaba era el barbero, cuya bacía allí delante de sus ojos se le habia vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le habia de volver en jaez rico de caballo, y los unos y los otros se reian de ver como andaba Don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablán-