que os acuitédes, ni mostrédes mal talante, que el mio non es de al[1] que de serviros. El lenguage no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo; y pasara muy adelante, si á aquel punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el cual viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como era la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar á las doncellas en las muestras de su contento. Mas en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo: Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amen del lecho (porque en esta venta no hay ninguno) todo lo demas se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo Don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció á él el ventero y la ventera), respondió:—Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque
Mi descanso el pelear &c.
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano, habia sido por haberle parecido de los sanos de Castilla[2], aunque él era andaluz, y de los de la playa de San Lúcar, no menos ladron que Caco, ni menos maleante[3], que estudiante ó page; y así le respondió:—Segun eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir siempre velar; y siendo así, bien se puede apear con seguridad de hallar en esta choza ocasion y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto mas en una noche: y diciendo esto, fué á tener del estribo á Don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel dia no se habia desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comia pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como Don Quijote decia, ni aun la mitad: y acomodándole en la caballeriza, volvió á ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas (que ya se habian reconciliado con él), las cuales, aunque le habian quitado el peto y el espaldar, jamas supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traia ata-