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UN PADRE DE FAMILIA

na cantidad de dinero para los víveres; me privo de todo, y vea cómo se me alimenta. Seguramente hay el propósito de que deje mi empleo y que yo mismo me meta a guisar.

—La sopa está hoy muy sabrosa—hace notar la institutriz.

—¿Sí? ¿Le parece a usted?—replica Gilin, mirándola fijamente—. Después de todo, cada uno tiene su gusto particular; y debo advertir que nuestros gustos son completamente diferentes. A usted, por ejemplo, ¿le gustan los modales de este mozuelo?

Gilin, con un gesto dramático señala a su hijo, y añade:

—Usted se halla encantado con él, y yo simplemente me indigno.

Fedia, niño de siete años, pálido, enfermizo, cesa de comer y abate los ojos. Su cara se pone lívida.

—Usted—agrega Stefan Stefanovitch—está encantada; mas yo me indigno de veras. Quien lleva la casa lo ignoro; mas atrévome a pensar que yo, como padre que soy, conozco mejor a mi hijo que usted. Observe usted, observe como se sienta. ¿Son esos los modales de un niño bien criado? ¡Siéntate bien!

Fedia levanta la cabeza, estira el cuello y se figura estar más derecho. Sus ojos inúndanse de lágrimas.

—¡Come! Toma la cuchara como te han enseñado. ¡Espera! Yo te enseñaré lo que has de hacer, mal muchacho. No te atreves a mirar. ¡Mírame de frente!

Fedia procura mirarlo de frente; pero sus facciones tiemblan y las lágrimas afluyen a sus ojos con mayor abundancia.