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Página:El juguete rabioso (1926).djvu/35

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ROBERTO ARLT

--El negocio es lindo pero vidrioso.

—¿Te decidís vos Lucio?

—¿La prensa?... y claro... me pongo los pantalones viejos, no se me rompa el "jetra"...[1]

—¿Y vos Silvio?

—Yo rajo en cuanto la vieja duerma.

—¿Y a que hora nos encontramos?

—Mirá ché Enrique. El negocio no me gusta.

—¿Por qué?

—No me gusta. Van a sospechar de nosotros. Los fondos... El perro que no ladra... si a mano viene dejamos rastros... no me gusta. Ya sabés que no le hago ascos a nada, pero no me gusta. Es demasiado cerca y la yuta"[2] tiene olfato.

—Entonces no se hace.

Sonreímos como si acabáramos de sortear un peligro.

Así vivíamos días de sin par emoción, gozando el dinero de los latrocinios, aquel dinero que tenía para nosotros un valor especial y hasta parecía hablarnos con expresivo lenguaje.

Los billetes de banco parecían más significativos con sus imágenes coloreadas, las monedas de níquel tintineaban alegremente en las manos que jugaban con ellas juegos malabares. Sí, el dinero adquirido a fuerza de trapacería se nos fingía mucho más valioso y sutil, impresionaba en una representación de valor máximo, parecía que susurraba en las orejas un elogio sonriente y una picardía incitante. No era el dinero vil y odioso que se abomina porque hay que ganarlo con trabajos penosos, sinó dinero agilísimo, una esfera de plata con dos piernas de gnomo y barba de enano, un dinero truhanesco y bailarín, cuyo


  1. Traje.
  2. Policía secreta.