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Página:El juguete rabioso (1926).djvu/68

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EL JUGUETE RABIOSO

inadvertidamente, dió un puntapié al trasero de la cesta, y la canasta de un rojo rábano, impúdicamente grande, me colmaba de ridículo.

¡Oh ironía, y yo era el que había soñado en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire!

Pensaba.

—¿Y para vivir hay que sufrir esto...? todo esto... tener que pasar con una canasta al lado de espléndidas vidrieras...

Perdimos casi la mañana vagando por el Mercado del Plata.

¡Bella persona era don Gaetano!

Para comprar un repollo, o una tajada de zapallo, o un manojo de lechuga, recorría los puestos disputando en discusiones ruines piezas de cinco centavos a los verduleros, con quienes se insultaba en un dialecto que yo no entendía.

¡Qué hombre! Tenía actitudes de campesino astuto, de gañan que hace el tonto responde con una chuscada cuando comprende que no puede engañar.

Husmeando pichinchas metíase entre fregonas y sirvientas a curiosear cosas que no debían interesarle, hacía de saludador arlequinesco, y en acercándose a los mostradores estañados de los pescadores examinaba las agallas de merluzas y pejerreyes, comía langostinos, y sin comprar tan siquiera un marisco, pasaba al puesto de las mondongueras, de allí al de los vendedores de gallinas, y antes de mercar nada, oliscaba la vitualla y manoseábala desconfiadamente. Si los comerciantes se irritaban, él les gritaba que no quería ser engañado, que bien sabía que ellos eran unos ladrones, pero que se equivocaban si le tomaban por tonto porque era tan sencillo.

Su sencillez era chocarrería, su estulticia vivísima granujería.