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ROBERTO ARLT

solución de aquel gran señor llamado Vicente Timoteo Souza podía cambiar el destino de mi mocedad infortunada. Nuevamente la pesada puerta se entreabrió, y solemne, me comunicó el portero.

—El señor Souza dice que se allegue dentro de media hora.

—Gracias... gracias... hasta luego y me retiré pálido. Entré en una lechería próxima a la casa y sentándome junto a una mesa pedí al mozo un café.

—Indudablemente, pensé si el señor Souza me recibe es para darme el empleo prometido.

—No continué no tenía razón en pensar mal de Souza... vaya a saber todas las ocupaciones que tenía para no recibirme.

¡Ah el señor Vicente Timoteo Souza!

Fuí presentado a él una mañana de invierno por el teósofo Demetrio, que trataba de remediar mi situación.

Sentados en el hall, alrededor de una mesa tallada, de ondulantes contornos, el señor Souza, brillantes las des cañonadas mejillas y las vivaces pupilas tras los espejuelos de sus quevedos, conversaba. Recuerdo que vestía un velludo deshabillé" con alamares de madreperla y bocamangas de nutria, especializando su cromo del "rastaquer" que por distraerse puede permitirse la libertad de conversar con un pobre diablo.

Hablábamos, y refiriéndose a mi posible psicología, decía.

—Remolinos de cabello, carácter indócil... cráneo aplanado en el occipucio, temperamento razonador... pulso trémulo, índole romántica...

El señor Souza volviéndose al teósofo impasible, dijo:

—A este negro lo voy a hacer estudiar para médico. ¿Qué le parece Demetrio?

El teósofo sin inmutarse.

—Está bien... aunque todo hombre puede ser útil a