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EL JUGUETE RABIOSO

la humanidad por más insignificante que sea su posición social.

—Je, je; Vd. siempre filósofo— y el señor Souza volviéndose a mí dijo:

—A ver... amigo Astier, escriba lo que se le ocurra en este momento.

Vacilé; después anoté con un precioso lapicero de oro que deferente el hombre me entregó.

"La cal hierve cuando la mojan".

—¿Medio anarquista, eh? Cuide su cerebro amiguito... cuídelo, que entre los 20 y 22 años va a sufrir un surmenage".

Como ignoraba, pregunté.

—¿Qué quiere decir "surmenage"?

—Es un ataque de locura pasajera.

Palidecí. Aún ahora cuando lo recuerdo, me avergüenzo.

—Es un decir— reparó —todos nuestros sentimientos es conveniente que sean dominados, y prosiguió:

—El amigo Demetrio me ha dicho que ha inventado Vd. no sé que cosas.

Por los cristales de la mámpara, penetraba gran claridad solar, y un súbito recuerdo de miseria me entristeció de tal forma que vacilé en responderle, pero con voz amarga lo hice.

—Sí, algunas cositas... un proyectil señalero... un contador automático de estrellas...

—Teoría... sueños...—me interrumpió restregándose las manos—yo lo conozco a Ricaldoni y con todos sus inventos no ha pasado de ser un simple profesor de física. El que quiere enriquecerse tiene que inventar cosas prácticas, sencillas.

Me sentí laminado de angustia.

Continuó.

—El que patentó el juego del diábolo, ¿sabe Vd. quien fué?... un estudiante suizo, aburrido de invierno en su