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10 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

muchas veces el cordon de la campanilla los areneros y los repartidores de prospectos. Para economizar este gasto puso en la puerta un letrero que decia: Cuando no se abra al segundo campanillazo, es señal de que nadie hay en casa. Llega él á pocos dias, se olvida de que es su habitación, llama una vez, dos, tres, se exaspera, levanta la vista y vuelve piés atrás esclamando. —¡Qué diablo! ¿Cómo he de abrir si no estoy en casa?

¡Ah! la muerte de este infeliz ha sido muy original.

Acostumbraba todas las noches fumarse un puro, y su última operación, que era doble, consistia en echarse en la cama, y tirar despues por la ventana, que estaba allí cerca, la punta del cigarro.

Parece imposible equivocarse en una operación tan sencilla; pero, ¡oh suerte de las criaturas! andamos siempre al borde de un abismo espuestos á que se nos vayan los pies.

Hace cuatro ó cinco noches que, después de reflexionar un rato sobre lo que estaba haciendo, por miedo de equivocarse, tanto se quiso asegurar, que se equivocó, y trocando los frenos, echó el cigarro en la cama y su cuerpo en las losas de la calle. ¡Vaya una equivocacion!

La memoria le faltó hasta en los últimos momentos. —Grande golpe ha sido, señor sereno; dijo él mismo con voz desfallecida al primero que se acercó, y continuó diciendo: ¿Sabe usted quién es ese desgraciado? No le arriendo la ganancia.

Ni siquiera se acordaba de que era él.


El arre del filósofo.

Caminaba por las orillas del Tajo, caballero sobre un alto y brioso alazan, un célebre filósofo moderno de los de ciento en boca. La suya principió á hacerse agua á la vista de un frondoso y corpulento cerezo, de cuyas altas ramas pendia apiñada,