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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 11


roja y apetecible la delicada fruta de aquel árbol precioso. El diablo de la gula tentó á nuestro hombre; miró á su rededor por ver si le observaban, aproximó el caballo, afianzó un pie en el estribo, levantó el otro, y en un santiamen se encontró los piés sobre la silla y las manos en las ramas mas altas estrujando cerezas.

En esta situacion, y cuando parecia que estaba trabajando para levantarse á las nubes, pensó un momento en el peligro que corria, y dijo gritando:—Diablo, si pasase alguno y le ocurriese decir, arre.—Apenas pronunció esta última palabra, cuando el animal, creyendo obedecer á sa amo, tomó el trote, y cataplum, el pobre filósofo midió el santo suelo con su cuerpo, rompiéndose las muelas.



El aumento del prefacio.

 Hay cerca de Ratisbona
Dos lugares de gran fama.
Que el uno Agere se llama
Y el otro Macarandona.
 Un solo cura servía.
Humilde siervo de Dios,
A los dos, y asi á los dos
Misas las fiestas decía:
 Un vecino del lugar
De Macarandona, fué
A Agere, y oyendo que
El cura empezó á cantar
 El prefacio, reparó
En que á voces aquel dia
Gratias Agere, decia
Y á Macarandona no.
 Con esto, muy enojado
Dijo al cura: ¿gracias dá
A Agere, como si acá
No le hubiéramos pagado
 Sus diezmos? Cuando escucharon