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104 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

dos, esto no es mas que el efecto producido por las borrajas. Lo que V. S. dijo es cierto; la alegría que infunden en los corazones es tal, que contra toda nuestra voluntad nos obliga á saltar y á cantar.

— Mayordomo, dijo el conde, desde hoy que les den carne para cenar, no sea que la alegría los mate.


La pretensión imposible.

En tiempos de Carlos II se hallaba en Madrid un pretendiente tan tenaz y tan resuelto, que no vacaba destino que no pretendiese.

Hablándose una noche en cierta tertulia de este caballero, preguntó uno:

— ¿Me sabrán Vds. decir, señores, qué es lo que ahora pretende fulano con mas especialidad?

— No estoy muy seguro de ello, contestó uno con gracia; pero creo que habiendo muerto la reina madre, pretende que lo hagan á el.


Los celos de un hombre pacífico.

Amaba uno estraordinariamente á su mujer y no cesaba de ponderar el esceso de su dolor si llegaba á hacerlo desgraciado.

— Me volverla loco, decia, y la mataría á ella y me mntaria yo, y mataría á todo el mundo si á tal estremo llegase mi desventura.

En tal situacion ocurrió que aquel buen hombre necesitó viajar con su mujer, y al pasar por un bosque un caballero sobradamente atrevido se apoderó de la mujer, mandó al marido que le cuidase el caballo y la capa, y delante de sus barbas se entretuvo con ella endulces coloquios.

Cuando los dos esposos quedaron solos, le dijo la mujer:

— Pero hombre, ¿cómo es posible que hayas podido consentir lo que acaba de suceder? ¿En dónde