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Página:El libro de los cuentos.djvu/106

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106 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

tantes de su vida, el escribano que estendia su testamento le dijo:

— Fuerza será que consigne V. alguna cantidad para los músicos que hayan de asistir á su entierro.

Aquel hombre, conservando su humor festivo hasta las puertas de la eternidad, le replicó:

— La música que la pague el que la oiga.


El capitán y el soldado.

Con el objeto de mofarse de un pobre aldeano que conduela una manada de cerdos, se le acercó un gracioso y le dijo:

— Dios te guarde, capitán de lechones.

El aldeano le contestó:

— Seas bien venido, soldado de mi compañía.


Los versos de un rey.

Presentando Felipe IV unos versos medianos al inmortal Quevedo, y exigiéndole que espusiera con franqueza su parecer acerca de ellos, le dijo:

— V. M. se sale con todo lo que emprende. Hoy se ha empeñado en hacer versos malos, y á fé que no habrá quien se atreva á hacerlos peores.

El plato valiente.

Los padres de la Merced convidaron un dia á comer á D. Francisco Quevedo, que viendo poner en la mesa un plato de nabos, esclamó:

— ¡Bravo, sobervio, valiente plato es este!

— -¿Y por qué? le preguntó el comendador.

— Porque maldito si tiene nada de gallina.


El poeta herrador.

Cierto caballero cortesano dijo un dia á Quevedo: