Enrique IV, que lo recibió con la mayor benevolencia.
— ¿Qué deseas? le preguntó el rey.
— Señor, hace dos años que estoy sin empleo y mi familia está pereciendo.
— Es muy justo que pidas, y te tendremos presente para la primera vacante que ocurra en tu categoría.
El magistrado se retiró lleno de esperanza y confiado en la palabra del soberano; mas viendo que pasaban un mes y otro mes y que no se le reponía, volvió á la presencia de S. M. , que le salió al encuentro con aire de satisfacción.
— Ya tengo un cargo, le dijo, que te vendrá como de molde para salir de apuros.
— ¿Y puede saberse cuál es, señor? observó el magistrado con timidez.
— Sí; vas á tomar posesión de una canongia en Tolosa.
— Señor, tengo una pequeña dificultad; soy casado con ocho hijos.
— ¡Vaya, vaya! repuso el rey volviéndole la espalda. Si te andas con esos escrúpulos, en tu vida conseguirás colocarte.
Cuenta Josefo una cosa notable de la habilidad y fuerza de un romano, y es que siguiendo á un judío, lo agarró por el talón, lo levantó en alto, y lo llevó de aquel modo vivo á su general.
En la pared de una catedral leian dos literatos una inscripción latina, pero en voz tan baja que nadie lo oia.
Por casualidad pasaba un soldado y se paró detrás de ellos, y no sabiendo leer, ni menos enten