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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 113

cer caso, y cuando tropieces con el verdadero acreedor, no podrá menos de dar sus escusas.

El marido siguió el consejo al pie de la letra, y á tantas personas saludó de este modo, que al fin tropezó con su deudor, que le dijo:

— Hombre, yo te daré el duro sin tantos rodeos.


El contrato deshecho.

Hace pocas noches iba una pobre mujer ayudando á mal andar á su pobre marido, cuya cabeza (aparte lo del matrimonio) no estaba muy buena que digamos, gracias al tinto de la mancha. Como en tiempo de lluvias es muy fácil un resbalón, cátate que en el momento en que iba á entrar en su casa cataplum sin pensarlo y sin quererlo, dieron los cónyuges con su cuerpo en tierra.

— ¡Maldiga Dios el vino! dijo la esposa levantándose.

— ¡Maldiga Dios el agua! refunfuñó el marido, mientras que el mosto empezaba á salir de su estómago en forma de arroyo.

— Señor Domingo, gritó el tabernero que venia corriendo tras ellos, la peseta que me hadado V. es de plomo, y estas no entran en mi cajón.

— Bien, compadre, añadió el borracho levantándose, nada hayperdido. Queda deshecho el trato. Venga mi peseta y ahí en el suelo tiene V. su vino, que tampoco ha querido entrar en mi casa.


El cubo de chocolate.

— ¡Muchachal dale al señor un pocilio de chocolate; decia un ricachón castellano á su criada al recibir en su casa á un miñón aragonés, que ignoraba se diese en Castilla la Vieja el nombre de pozos ó pocilios á las gícaras.

El aragonés se apresuró á contestar á su patrón con la mayor cortesía.