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114 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

—Gracias, gracias, señores. No hay que molestarse tanto. Yo con un cubo tengo bastante.


La zarza alguacil.

Caminaba un sastre de Daroca, llamado Pechicay, con intención de amanecer en un pueblo cercano, en el que pensaba ganar el jornal del lunes. Era una noche triste y oscura, y apenas habia andado media legua, cuando llegó á lo mas espeso de un largo bosque que debia precisamente atravesar.

El canto lúgubre del buho, el ladrido de los perros de ganado y el famélico ahullido de los lejanos lobos, apenas dejaban aliento para respirar, pero mucho menos valor al sastre sin ventura para dar un paso. El miedo se apoderó de su corazón y puso grillos á sus pies, y en cada sombra, en cada bulto que distinguían sus ojos de gato, se le figuraba ver un espectro amenazador ó un ladrón cubierto de sangre.

De repente se oye un ruido estraño, y el pobre hombre se encuentra detenido y sujeta su capa por una fuerza invisible. ¡Oh Dios mió! ¡qué horror! un sudorfriocae por su frente, las manos le tiemblan, sus piernas se estremecen, y en sus mandíbulas crispadas se deshacen sus dientes chocando unos con otros.

—Señor, dice á poco rato, si es V.una alma del purgatorio, suélteme por Dios, y yo rezaré y mandaré decir cuantas misas pueda, aunque no beba mas vino. Señor, decia después, yo soy un pobre sastre que va á ganar su vida, y mi mujer y mis hijos se morirán de hambre si estoy aquí preso tres ó cuatro años mas.

Pero el que lo tenia preso se hacia el sordo y no lo quería soltar á pesar de su llanto y de su desesperación.

No debe ser alma, pensaba el sastre, cuando no