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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 119

mal y temerariamente de Pirro, rey de los epirotas.

Enviólos á llamar, y con tono amenazador les preguntó si era cierto que hubiesen hablado con insolencia de su persona.

— Cierto es, señor, le respondieron, y hubiéramos dicho mas á no habernos faltado el vino.

Rióse mucho Pirro de la respuesta y los perdonó.


El puente sin pretiles.

Un gobernador llegó á la capital de su provincia, y al segundo dia salió á paseo con varias personas, y entre ellas el alcalde; pasaron por un puente que no tenia pretiles, con lo que el gobernador se inmutó sobre manera, y dirigiéndose al alcalde, y echándola de autoridad, le dijo.

— Mucho estraño, señor alcalde, encontrar este puente sin pretiles, haciéndose peligroso á las bestias que por aquí pasen.

El alcalde contestó :

— Perdóneme V. S., pues yo ignoraba que dirigiese hoy el paseo por aquí; pero le juro que cuando vuelva á pasar, puede venir descuidado, porque ya estarán puestos los pretiles.


El apóstol correo.

Mandó un caballero á un célebre pintor que pintase la cena de Cristo, y el buen artista, que estaba enamorado, por descuido involuntario pintó trece apóstoles; quiso disimular la falta que había cometido, y añadió al treceno las insignias de correo.

Pidió la paga de su trabajo, pero el señor se negaba á darla por la falta, ó mas bien sobra, de los apóstoles pintados.

El pintor con calma le dijo:

— No tenga pena vuestra merced, porque ese que