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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 139

davia sus mujeres, estaban dominados de un orgullo estraordinario, hasta el estremo de creerse superiores y mirar con desprecio á los demás oficiales del ejército.

Una de estas orgullosas oficialas de marina convidó un dia á comer á un oficial de caballería á quien llamaba en la mesa, con una insistencia insoportable, señor oficial de tierra. Señor oficial de tierra por arriba, señor oficial de tierra por abajo; tantas veces lo dijo, que al fin el de caballería se enojó y preguntó á la señora:

— Dígame V. , si yo soy oficial de tierra, ¿su maridóle V. es acaso oficial de porcelana?


El enfermo regateando su entierro.

Uno llamó á un sacristán
Y le dijo: — ¿Cuánto quiere
Vuesarcé por enterrarme?
— Viene á costar unos veinte
Reales. — ¿Quiere diez y seis?
— No, que mas costa me tiene,
Le replicó el sacristán:
A que respondió el doliente:
— Pues mire si le está bien,
Y entiérreme en diez y siete,
Porque no me moriré,

Como un cuarto mas me cueste.


El hurto de un par de botas.

Uno, al parecer caballero, entró en una de las principales zapaterías de esta corte, y pidió unas botas de las mejores. El maestro le sirvió acto continuo sacándole un par, mientras el parroquiano sentado junto á la puerta de la tienda, quitándose unos malos zapatos que llevaba, y colocándolos al dintel de ella, dio principio á probárselas con la mayor gravedad, resultando al fin de la operación que le estaban perfectamente. Puesto de pié, y dando