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140 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

sus dos correspondientes patadas en el suelo como para amoldarlas, preguntó:

— ¿Cuánto valen, maestro?

A este tiempo otro ciudadano llegó á la puerta del almacén, echó mano a los zapatos que el otro habia puesto para eso cerca de la vidriera, y dio á correr con ellos, que ni el viento iba mas ligero.

— ¡Ah tunante, ladrón! esclamó el de las botas, corriendo detrás del que se llevaba los zapatos.

El maestro, saliendo entonces á la puerta, decía con calma:

— ¡Cá! no lo alcanza, no lo alcanza!

En efecto, ambos parroquianos volvieron la esquina, y esta es la hora en que el inocente almacenista no comprende la maña con que aquel bribón le hurtó impar de botas.


La oración del perezoso.

Un buen hombre, de corta memoria y muy perezoso, teniendo miedo de equivocarse en el Padre nuestro, que nunca habia podido aprender completo, en vez de rezar sus oraciones de la mañana y de la noche, acostumbraba decir exactamente las letras del alfabeto, terminando de este modo.

— Diosmio, con estas letras se componen todas las oraciones del mundo, recibidlas todas, señor, y haced con ellas la oración que mas os plazca.


La hermana muerta y la viva.

Un aguador encontró pocos dias hace á una jóven su paisana, á quien al parecer no habia visto en mucho tiempo, y dejando la cuba en el suelo, y santiguándose varias veces con muestras de admiración, dijo:

— ¡Dios mió! ¡Dios mió! ¡pobre hija mía! ¿eres tü la que se ha muerto, ó tu hermana?

— Mi hermana es, según creo, la que ha muerto,