— La mujer y la hormiga se valen de las mismas armas para hacer daño.
Un niño de ocho años estaba siempre diciendo á su padre:
— Papaito, papaito, yo quiero ver un oso; enséñame lo que es un oso.
Volviendo un dia los dos de paseo, dijo el padre á su heredero:
— ¿Quieres, hijo mió, ver ahora un oso?
— Si, papaito, sí,
— Pues ven á este lado para no llamar la atención.
— ¿En dónde está, en dónde está?
— ¿Ves aquel joven elegante que está mirando á nuestros balcones?
— ¡Ah! ¡papaito! aquel es D. Arturo, el que va á ver á mamá cuando tú estás en la oficina.
— ¡De veras! ¿estás seguro?
— Vaya si lo estoy.
— Pues entonces, hijo mió, si quieres ver un oso, mirame á mí.
Diálogo entre un casado y un soltero.
— Quiero casarme, amigo mió; y tú que lo estás hace ya dos años, haz el íavor de decirme qué tal es la vida del matrimonio.
— Yo te diré, hombre; en los primeros quince dias, como no está uno acostumbrado á aquella vida, se pasa bastante mal.
—Pero, ¿y después?
—¡Después! ¡ah! después... es cosa de echarse al canal.
Una madre muy cuidadosa decia á su hijo:
— ¿Por qué te has puesto, Ricardo mió, las medias al revés?