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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 181

fresca, sucave y sin olor,
mas concentrada al vapor
muerte doy cual ñera espada,
ó cual rayo sin dolor.


La contestación sutil.

Un ordenando nada tonto, que contestaba perfectísimamente á cuantas preguntas le hacian los examinadores, era sin embargo acosado por uno de ellos, á quien habia cortado varias veces con sus respuestas ingeniosas. No sabiendo ya qué dificultad proponer para abatir el orgullo del astuto ordenando, le dijo:

— ¿De qué pueblo es V.?

— De Cogolludo.

— ¿Cómo quedaba de salud la Santísima Trinidad cuando salió V. del pueblo?

El estudiante reflexionó un momento, y luego contestó:

— El Padre y el Espíritu Santo perfectamente buenos: el Hijo quedó sacramentado.

Los examinadores se miraron con asombro, y dijeron por aclamación:

— Aprobado.


Morderse las orejas.

— ¡Ah! ¿vosotros no sabéis la desgracia que sucedió anoche á la pobre Amelia, la hija del dentista de enfrente?

— ¿Cuál? la de aquella boca tan desmesurada que

— La misma.

— ¿Qué ha sido?

— Ya saben Vds. que pone un cuidado muy grande en no reírse por miedo de no poder volver los labios á su sitio. Pues bien; anoche, por su desgracia, oyó leer un cuento de la Biblioteca De la Risa;