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202 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

— ¡Desgraciado! ¡Cuándo dejarás de jugar!

— ¡Ah, hermana! Cuando tú dejes de amar.

— ¡Infeliz! repuso ella, tú jugarás toda la vida.


La sombra del asno.

Defendiendo Demóstenes, padre de la elocuencia, á un hombre que iba áser condenado á la pena capital, algunos de los jueces se divertían entre sí en conversaciones que alarmaron al elocuente orador.

Conociendo entonces que la oratoria seria inútil en un país de sordos, trató de llamar la atención de los jueces, y lo consiguió refiriendo un cuento que enlazó con su asunto, y es el siguiente:

Un aldeano alquiló su asno aun pasajero, principiando la jornada juntos, el pasajero en el jumento y el dueño á pié. Como era en el estío, y la hora de medio dia, el sol incomodaba demasiado hasta el estremo de haber de apearse el que iba montado, acogiéndose á la sombra del asno. Viendo esto el alquilador, dijo:

— Eso no, buen pasajero, que yo el jumento alquilé, pero la sombra no; y siendo esto así, apártate de ella y déjamela.

— No estás en lo justo, replicó el otro, porque si el asno no puede apartarse de su sombra, cuando yo pagué su alquiler también pagué su sombra.

— Héaquí, dijo Demóstenes, entablado un pleito entre dos partes que van al tribunal, sosteniendo cada cual su derecho, y confiando en su justicia y en la imparcialidad de los jueces.

Entretanto, los que esto escuchaban, hablan dejado de hablar, y atentos y silenciosos, no podían ocultar el interés que tomaban en el pleito del jumento, ni la estraordinaria curiosidad que tenían por saber la resolución que en él recayó; pero el diestro orador, cambiando de repente de entonación y de asunto, esclamó enardecido:

— ¡Oh, senado supremo! el despreciable litigio