hurtado un costal de trigo, y contra el que pedian todo el castigo de la ley.
El arcediano se sonrió dulcemente, despidió ásus fámulos, y dijo al ladrón:
— ¿Tienes hijos?
— Sí, señor.
— ¿Cómo es que no has hurtado otra cosa mas ligera, y no el trigo que tan difícil es de ocultar?
— Era pan lo que faltaba á mis hijos.
— ¿Porqué no lo has pedido á la caridad en vez de hurtarlo?
El aldeano calló.
— ¿Sabes el castigo que te impone la ley?
— Perdón, señor canónigo, perdón.
— No tiembles; me has hurtado una cosa que yo te hubiera dado si me la hubieses pedido. Coge el trigo y llévatelo si tus hijos no tienen pan, pero luego vuélveme el costal, porque me hace falta, y acuérdate de esto; pide y no robes.
Dos rapazuelos sin madre
Disputaban en el Pardo,
Uno decia: — Bastardo,
Ni siquiera tienes padre.
Contestaba el otro tuno:
— Si eres mas feo que el bú,
¿Qué no tengo? Mas que tú.
Que tú solo tienes uno.
El bueno de D. Simplicio daba parte á un amigo del casamiento de su hija, hermosa joven de diez y seis años, mas viva que la pimienta y mas precoz que su padre.
— Creo, contestó su amigo, que tu hija es demasiado joven, y debes mirarlo mucho antes de casarla.
— ¡Ah, te parece muy joven! no la creerlas tanto