amo en semejante peligro, digo que tiene mucha razón, pero si no lo dice, lo tratado es tratado y á ello me atengo.
Un hidalgo pobre que se había casado con la hija de un labrador rico, porque le dieron gran dote, solia decir:
— Este casamiento es como morcilla; yo he puesto la sangre y el suegro las cebollas.
Cuatro estudiantes ayunos de estómago, rotos de vestido y vacíos de bolsa, pedibiis andando se dirigían á una feria con la dulce esperanza de comprarse nuevas hopalandas y de sacar la tripa de mal año.
Andar y mas andar, hablan pasado veinte y cuatro horas sin tomar otra cosa caliente que agua fria, no sirviéndoles de nada aquel axioma estudiantil que dice:
Intellectus aprietatus, discurrit qui rahiat; porque la picara fortuna, por mas que discurriesen, no les presentaba ocasión.
La del anochecer era ya la hora en que se cumplía la veinte y cuatro de su ayuno, cuando en las inmediaciones de cierta alquería divisaron una noria, y haciéndola dar vueltas, con perdón sea dicho, un pacífico y bien alimentado jumento.
— Cena tenemos, dijo el mas despejado de los cuatro.
— ¿En dónde?
— En la noria,
— ¡Ah! ¿piensas acaso que nos gusta la carne de burro?
— Yo me entiendo y Dios me entiende.
— Esplícate.
— Falta tiempo, mirad: quitemos el burro de la