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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 265

le faltaba, como le dijesen que la habla llevado el médico, santiguóse diciendo:

— ¡Válgame Dios! infinitas veces que se me perdió esta gallina la di al diablo y nunca la tomó; una vez que la prometí al médico, me he quedado sin ella.


El ojo en la mano.

En un motin recibió
Un juez tan fuerte pedrada,
Que de la alvéola rasgada
Córnea y pupila saltó.

Tendido estando en el suelo
Un médico llegó acaso,
Y su ciencia, en tal fracaso,
Le ofrece con puro celo.

El juez pregunta al doctor:
— Decid, ¿ mi ojo perderé?
Que empiezo á temerlo a fé.
Según me aprieta el dolor.

Responded otro: — Muy vano
Es tal recelo y apuro.
Pues ya el ojo está seguro...,
— Dónde, doctor? — En mi mano.


Dos sobrescritos.

A un caballero que se llamaba D. N. Velasco ponia un portugués en el sobrescrito:

Al muy magnífico señor D. Haber asco. A una señora muy vieja que se llamaba doña Ana de Meneses, púsola un caballero en el sobrescrito:

A mi señora doña Ana de Mil meses.


El a b y el c d.

Pedia un rey aun canónigo que renunciase su prebenda con la conocida intención de proveerla en un caballero de la corte.