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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 27

— Anda bribonzuelo, ¿pues no decías ahora que uno?


El justo por el pecador.

Cometió un delito de pena capital el herrero de un pueblo, en aquella época en que los alcaldes juzgaban, sentenciaban y hacian ejecutar las sentencias, sin mas consulta y sin mas aprobación.

Los vecinos, que eran en su mayor parte labradores, se juntaron cuando supieron la sentencia, y se presentaron ante el alcalde pidiendo el indulto del reo.

— Conozco, señores, que tienen Vds. razón, dijo el alcalde; pero la ley es ley, y la justicia justicia; tenemos una cuenta con ella, y es necesario pagarla.

— Vecinos y hombres buenos, dijo el secretario (que se propasaba á tomar la palabra porque su opinion era escuchada con gusto), por un lado veo que el herrero hace mucha falta, porque no hay otro; al mismo tiempo la justicia exige que muera un hombre: la cuestion es difícil, pero yo encuentro una salida. Solo tenemos un herrero, pero tenemos dos tejedores que no tienen trabajo; ahorquemos á uno de ellos, y llevemos el herrero á su fragua.

Esta proposicion fue recibida con entusiasmo.


Lamentos de un paleto por la pérdida de su burra.

Aunque os parezcan estrañas,
Estas razones decia:
¡Ay burra del alma mia!
¡Ay burra de mis entrañas!

Tú fuiste la mas honrada
Burra de toda la aldea.
Que no ha habido quien te vea
Nunca mal acompañada.

No eras nada callejera.
De mejor gana te estabas
En tu pesebre, que andabas