Los esclavos se llegaron al anciano y lo desnudaron completamente; luego, envolviéndolo en sábanas blanquísimas de finísimo hilo, lo cogieron en hombros y lo metieron en un baño de alabastro con agua saturada de esencias y perfumes.
El anciano decia entre sí:
— Voy á morir; sí, la víctima mas agradable á los dioses inmortales es la mejor perfumada: con ungüentos olorosos ungen los cadáveres de los que han sido ofrenda para la divinidad, ¡oh dioses inmortales! voy á morir.
— Vestidlo ya, dijo el jefe á los esclavos.
Inmediatamente lo sacaron del baño, y preciosas esclavas de rizados cabellos y trajes esbeltos, con ajorcas de oro en sus piernas y en sus brazos desnudos, le pusieron un magnífico vestido de púrpura, y adornaron su cabeza con el turbante oriental.
Luego, precedido de las mismas esclavas que bailaban voluptuosamebte, fué conducido á la habitación mas espaciosa de la casa.
¡Qué trasformacion! ¡aquello era un sueño de hadas! Las paredes estaban colgadas de pérsicos tapices, y cubiertas con ricos cuadros y espejos de acero bruñido de colosales dimensiones. Estatuas alabastrinas adornaban los ángulos de la sala, y al rededor de esta se hallaban colocados simétricamente abundantes almohadones de riquísimas telas.
En el centro se habia puesto una magnífica mesa cubierta de vajilla de oro, y llenos los platos de los manjares mas esquisitos.
El anciano, obedeciendo á los que lo conducían, se sentó.
El jefe dijo:
— Principiad.
En el acto algunos jóvenes sirvieron la mesa, y las preciosas esclavas, tomando en sus delicadas manos los instrumentos músicos, principiaron á tocar, bailar y cantar al mismo tiempo.
El anciano creia que soñaba, y se estregaba los ojos y se hería las carnes pellizcándose, por ver si