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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 283

— Quien tiene en su poder un pedazo de carne podrida, no se espante de hallarse lleno de moscas.


La confesión de una casada.

Un caballerito joven que se habia casado con una mujer hermosa entró en quinta durante la última guerra civil; tocóle la suerte de soldado, no tenia dinero, tomó el chopo y se marchó á Navarra.

— ¡Qué diablo! escribid vosotros mas de prisa si sabéis.

— Probemos, dice un amigo.

— Veamos, digo yo.

— Ascendió á capitán, fué herido, tomó el retiro y se volvió á su casa.

— Falta algo.

— ¿Qué?

— A unirse con su mujer.

— Sea.

Un marido que fue soldado, yo no sé en lo que consiste, pero casi siempre es celoso. D. Lupercio, que así se llamaba el nuestro, lo era mucho.

— ¿Cómo me compondré, decia el pobre diablo, para saber la historia de esta chica en estos tres años malditos de mi ausencia? porque si me ha engañado, ¡voto á brios! si me ha engañado con ese constructor de gabanes, nuestro vecino, no hay remedio, hago con él un desastre.

Pasan dias, y la ocasión no se presenta; por fin proyecta la mujer una confesión general, y el marido vé un rayo de luz.

El mismo se encarga de hablar al cura del pueblo, y lo cita para las siete de la mañana, y dice á su mujer que se vaya á confesar á las cinco.

El marido toma un manteo y se mete en el confesonario.

Esto era un disparate; pero un marido celoso, ¿qué no es capaz de hacer?

—Me acuso, padre, dice la infeliz mujer, de que he vivido entretenida con tres.