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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 287

contento, perdonen los médicos, que todavía me falta mucho para ser loco.


La nobleza en la rueca.

Una griega, vana y ambiciosa, preguntó á Tehana, mujer de Pitágoras:

— ¿Cómo conseguiré hacerme ilustre?

— Hilando y cuidando de tu casa.


La imitación.

Se moria un hombre gracioso, y sin decir para qué, mandó llamar á toda priesa á un posador y á un molinero, sus conocidos.

Llegaron los pobres hombres, entraron en la alcoba, y apenas los vio el moribundo les dijo:

— Amigos mios, hacedme el favor de poneros el uno al un lado y el otro al otro de la cama.

Los dos hombres obedecieron en silencio, después le dijeron:

— ¿Qué quieres que hagamos por tí, pobre amigo?

El enfermo levantó las manos al cielo y esclamó:

— ¡Gracias, Dios mió! pues queréis concederme el favor de que imite en mis últimos momentos á mi Señor Jesucristo, muriendo como él, entre dos ladrones.


La equivocación.

Sacó un dia un caballero
De la casa de sus padres
Una moza, y la justicia
Hizo diligencias grandes.

Un sastre (porque no hay cosa
Donde no se hallen los sastres)
Vio salir desde algo lejos
A caballo caminantes,
Y puso pies en pared.
Con juramentos muy grandes,