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Página:El libro de los cuentos.djvu/306

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306 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

dejando alelada á su buena madre, que lo miraba con la boca abierta.

El padre, que de aquella gerigonza escolástica no entendía una palabra, pero que sin embargo tenia un sentido común bastante claro, le dijo una mañana:

— Vamos, Antonio, mientras tu madre prepara el almuerzo danos alguna muestra de esa ciencia tan grande que posees, de ese saber de que tanto to jactas, pero esplicándolo de manera que tu madre y yo te podamos comprender.

— Lo van Vds. á ver. , dijo Antonio, y se van ustedes á quedar pasmados. Mire V. , padre, y escúcheme V. con mucho cuidado. ¿Es verdad que aquí hay dos huevos?

— Si.

— ¿Es verdad que donde hay dos hay también uno?

— Sí.

— ¿Es verdad que dos y uno son tres?

— También es verdad.

— Luego aqui hay tres huevos.

— ¿Lo crees tú así?

— Vaya si lo creo; como que la consecuencia no puede estar mejor sacada.

— Óyeme, Celedonia, dijo entonces el padre con mucha sorna: frie ese huevo para tí y ese otro para mí, que somos unos ignorantes, y nuestro querido Antonio que se coma ese tercero que con tanta habilidad ha encontrado, pues quien tanto sabe razón es que almuerce.


El caldo entre piedras.

Un muchacho llevaba para su padre que estaba trabajando en la viña, un escelente guisado decarnero que decia comedme. El camino era largo, y el chico, escitado por el tufillo delicioso que salia de la cazuela, no pudo resistir la tentación de probar si se daba por tan contento el gusto como el olfato.

— Una tajada mas ó menos, pensaba entre sí, no