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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 43

A estas palabras, el ciego se alarmó y principió á llorar.

Cuando el tahur lo vió entregado á la mayor desesperación, mandó preparar y disparar al aire.

— ¿Estoy ya fusilado? dijo el ciego á poco rato, y cuando se hubo enterado de que estaba ileso.

— Sí, le contestó el tahur, y toma dos duros en pago del susto que te ha causado tu muerte.

El ciego los tomó, y dijo:

— ¿Quiere V. volverme á fusilar á peseta?


La ronquera de una dama.

Cierto galán, que á una dama
Robó, púsola un pañuelo
En la boca. Ella muy alto
Preguntó: — ¿Para qué efecto?
— Porque no des voces, dijo.
Y ella prosiguió muy quedo:
— ¿Qué voces tengo de dar
Si estoy tan ronca, y no puedo?


El frasco pequeño.

Un caballero particular se hallaba un dia á la mesa de un conde, y entre los esquisitos vinos que se presentaron, le hizo probar el de un pequeño frasco lacrado que, según el dueño de la casa, tenia cien años.

Cuando el caballero bebió de aquel vino delicioso el conde le preguntó:

— ¿Qué le parece á V. el frasco de cien años?

— A fé mia, respondió el caballero, que para tener cien años, me parece, señor, que es todavía muy pequeño.


Lo que se entiende por desafinar.

Incomodado el patrono de una iglesia con los profesores de su capilla, porque en una oposicion