y del pueblo y de los convecinos fué tanta la gente convidada, que no cabia en la iglesia.
La alcaldesa (era madre del predicador), para ocupar dos asientos, necesitó quitarse el miriñaque: el alcalde se quito la capa. Ya tenemos al predicador en el púlpito, la curiosidad es general, y no solo no se tose, no se respira siquiera.
El jóven principia, estiende la mano y dice:
— Cristo le dijo á San Juan...
Silencio general por un minuto. Vuelve otra vez á principiar:
— Cristo le dijo á San Juan.
Nuevo silencio; una terrible ansiedad se apodera de todos.
El predicador repite otra vez:
— Cristo le dijo á San Juan.
El cura, cansado, le dirige la palabra preguntando: ¿y qué es lo que le dijo, señor predicador? ¿qué le dijo?
— Baja, baja, hijo mio, gritó enojada la alcaldesa; el que quiera saber lo que le dijo, que se gaste veinte duros en libros y emplee un año como tú en averiguarlo.
Un maestro de latín, en un colegio privado, estuvo discurriendo dos dias para traducir esta cláusula: Cæsar venit en Galliam summa dilligentia. Por último, despues de reflexionar, que diligencia significa el coche de la diligencia, y summa la parte mas elevada del mismo coche, tradujo así: «César vino á Francia en el cupé de la diligencia.»
La traducción es: «César vino á la Galia á marchas forzadas ó con suma prontitud.»
Un anciano fue nombrado alcalde, y el día en que se reunió el concejo para darle la posesion, pronunció la siguiente arenga: