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podía disponer y que aproveché perfectamente, pues me permitieron ver á Amediah, los novelescos valles de los Nestorianos, las imponentes ruinas diseminadas alrededor de Zachon , y, por último, el campo de Arbelia, que no menos afecta la vista que la imaginación , resolví descender á Bagdad y á Babilonia, que era mi camino natural para trasladarme al golfo Pérsico. Tenia que optar entre ir por tierra, pasando por Kerkouk y por el desierto plagado de kurdos y árabes, ó ir por el Tigris, que me permitía viajar en almadía, rio abajo, cou toda la comodidad apetecible. Preferí tomar este último partido, con tanto mas motivo, cuanto que las raras curiosidades que ofrece el camino de tierra habían de un siglo á esta parte recibido la visita <*de mas de un viajero.

Hice por tanto mis preparativos para no desperdiciar la ocasión de embarcarme eu un kelek que estaba próximo á partir. El kelek, rigurosamente hablando, no es lo mismo que la almadia. El kelek es un trasporte particular que tres mil años atrás era va conocido á lo largo del Tigris, y Herodoto nos da de él una descripción aplicable al tiempo presente. El inmóvil Oriente ofrece á cada paso irregularidades análogas, y en él la antigüedad se puede comentar teniéndola á la vista.

Hé aquí, pues, lo que es un kelek.

Un mercader que va de Djarbekír á Mosul ó de Mosul á Bagdad, se construye una almadia sostenida por una carapa de pellejos hinchados, cuyo número es proporcionado al peso que la almaida tiene que soportar. En la almadia coloca sus mercancías, y entre los pellejos levanta con tablas una covacha o una simple tienda para meterse él ó cualquier pasajero de distinción; parte luego siguiendo la corriente, y se detiene ordinariamente durante la noche, s¡ el pais no ofrece peligros, en el punto en que le sorprende la caida de la tarde. Es menester que apremie mucho el tiempo para viajar de noche a la claridad de la luna. Al llegar á su destino, el kelek se desarma; el mercader deshincha los pellejos y regresa á su casa montado en un camello, y las tablas se venden ventajosamente, porque la madera está muy barata en las comarcas que hay rio arriba, y se vende muy cara en Mosul y mas aun en Bagdad.

Yo encontré fácilmente lo que necesitaba. Hice construir á mi costa un camarote de madera blanca, á mas de pagar mi travesía al propietario del kelek, y después de despedirme de mu amables huéspedes de Mosul, el cónsul M. Lamasse y su sobrino, me trasladé en una hermosa mañana de marzo de 1866, á bordo de mi kelek, amarrado delante de Variandje, y descendimos con bastante rapidez por el Tigris, cuya crecida habia ya empezado. Pasamos sin detenernos junto á las ruinas imponentes de Nimroud, harto conocidas para ocuparme de ellas, y al ponerse el sol nos detuvimos á lo largo de una isla llana, cubierta de plantaciones de maíz pertenecientes á una aldea árabe que teníamos á tiro de fusil.

No era tanta mi prisa que me desagradasen aquellas detenciones. A mas de la necesidad de reponerme algo de las molestias que me causaba mi forzada inmovilidad á bordo de la almadia, mis compañeros de navegación aprovechaban aquellos altos para preparar la comida, cosa difícil y peligrosa á bordo por el hacinamiento en el kelek de mercancías inflamables. Estuve cerca de media hora paseándome á lo largo del ribazo y entre los sauces para prepararme higiénicamente un sueño tranquilo, y luego me hice poner la cama encima de la yerba. El dia siguiente, al asomar el alba, el kelek prosiguió su camino.

Duró el viaje cinco dias sin ningún accidente notable. El pais, llano, monótono, sin monumentos, sin poblaciones, no ofrecía ningún atractivo. Y la tierra sin embargo, es una tierra de aluvión admirablemente fértil, pero cuya fertilidad inutilizan la mala vecindad de los árabes merodeadores y la incuria de una administración lastimosa. A los cuatro dias pasé por delante de los montes de Hamrin, que forman una cordillera baja y muy enmarañada, la cual corta el Tigris y el Diyala en una dirección Nor-oeste Sud-este, dirección que es poco mas ó menos la de todas las cordilleras de montañas de la Persia occidental, á que nos íbamos acercando. Al dia siguiente por la tarde nos detuvimos delante de Tekrit.

Esta bicoca, que es como se llama una plaza de armas de poca importancia, está flanqueada por una ruina antigua bastante curiosa. Es una fortaleza rectangular , de ladrillos sin cocer, que, como todas las fortificaciones babilónicas, se ha convertido en una mole de tierra informe, y apenas conserva mas que vestigios de los cimientos de las construcciones que contenia sobre todo por la parte del Sur, y el arco de una puerta que puede ser de la época de los Sasánides. Los fosos, cortados en la meseta baja de que aquella ruina es la punta avanzada, son anchos y profundos.

Saludo con cierto respeto aquella ruina cenicienta, porque es el lugar de la cuna de un grande hombre, del sultán Saladino, el venturoso rival de Ricardo Corazón de León.

La misma población no es en si mas que una lea barriada árabe que, según la tradición, había sido cristiana en otro tiempo. En el lado opuesto al castillo se nota una ruina llamada el kenité (la iglesia). A un