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viajero inglés, que al pasar por Tekrit preguntó á los habitantes cuáles eran las curiosidades de aquel sitio, le respondieron: «Un kafir judío y una palmera estéril.» En efecto, no hay en la comarca mas que una palmera, que es la representada en mi diseño de Tekrit.

Después de haber herborizado algún tanto á lo largo del Tigris, sigo mi marcha y paso por delante de una aldea árabe de la margen oriental. Allí recibió el kelek una singular visita. Lecheras árabes llegaron andando á ofrecernos leche. Aquellas nereidas de agua dulce llevaban dos gamellitas, una en la cabeza y otra en la palma de la mano izquierda, levantada de modo que formaba un plano horizontal, lo que era un grande esfuerzo que yo no pude imitar no obstante desarticularme casi la muñeca. Las tales lecheras, tan morenas como las mujeres árabes del Nilo Blanco, eran bien formadas y su actitud tenia algo de la de la Esfinge; el busto enhiesto, y sobresaliendo enteramente de la superficie del agua, se mecia con indolencia, mantenido en equilibrio por el ligero movimiento del brazo derecho de las hábiles y esbeltas nadadoras. Un ropaje ligero, enteramente mojado, que llevaban echado con negligencia, se ceñía á los miembros permitiendo descubrir sus vigorosos contornos. Un trage tan ligero que nada ocultaba de una belleza de que aquellas náyades salvajes no hacían al parecer ningún caso, bastaba para cumplir las prescripciones de la decencia. He dicho que no hacían al parecer ningún caso de su belleza, y tal vez me engañe. ¿En qué país habrá mujeres que no den á su belleza importancia alguna?

VIAJE A BABILONIA.—NAVEGANTES EN LAS EMBARCACIONES LLAMADAS KELEK, SOBRE EL TIGRIS.


VIAJE Á BABILONIA. —NAVEGANTE DEL TIGRIS, EN ALMADIAS DE CUERO.


Toda la población es poco menos que anfibia. Veo pasar el rio á varios hombres que nadan abrazando un gran pellejo hinchado, que desempeña el mismo oficio que las dos vejigas indispensables de nuestros nadadores novicios. Forman un paquete con sus vestidos y lo llevan en la cabeza á manera de turbante; unos calzoncillos cortos de algodón cubren sus muslos, y queda desnudo todo lo restante del cuerpo. Al llegar a tierra el nadador se echa encima su albaya ó alquicel, se cuelga de la espalda su pellejo ó sus dos pellejos y prosigue su camino. Las mujeres no tienen necesidad de este auxiliar, y si preguntáis por qué razón á cualquiera de los badulaques que miran cómo pasa el kelek, capaz será de responderos que las mujeres están conformadas espresamente para flotar y nadar