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Virgen de los Desamparados! que mi madre no sepa nada. ¡Oh! ¿No habéis tenido madre?

Sin embargo, el comandante Pablo Gabál era peor que un tigre, y desoyó las súplicas del inocente.

VI.

Apenas vuelta en sí del desmayo Carmen, gracias á la ayuda de las cuatro mujeres'que habían acudido corriendo, aunque inútilmente á su socorro, se incorporó, estendió los brazos, abrió estraordinariamente los ojos v comenzó á gritar con acento dolorido:

—¿Quién se ha llevado al hijo de mis entrañas? ¡Dónde está mi Justo! ¡Dónde está!

Y como si recordase de pronto la escena pasada, se encaminó á la calle, sin que fuerzas humanas pudieran detenerla.

—¿Por dónde se han ido los soldados? preguntó á unos obreros que encontró á la puerta.

—No sabemos.

—Decídmelo, decídmelo por Dios. Ya sé yo por qué no queréis revelármelo; me habéis conocido y os da lástima mi situación. Pero no, no debéis ocultarme nada, porque vuestro silencio acrecentaría mi quebranto. Yo os lo suplico, os lo ruego; no retardéis mas tiempo mi presencia ante el comandante Gabál, ante, el hombre que sin saberlo... ¡va á matar á su hijo!

Los obreros se miraron con asombro, y, sin despegar los labios, señalaron hacia la derecha, en dirección al mar.

Luego, cuando vieron desaparecer ligera como una exhalación á la desventurada, dijeron conmovidos:

—¡Pobre Carmen! Es lo único que fallaba á don Pedro Gabál en su historia.

VIl.

Entre tanto, en una pintoresca meseta distante unos doscientos pasos de Calella, próxima á la playa del Mediterráneo, se ofrecía un espectáculo conmovedor.

La compañía de fusileros y la sección de lanceros habían formado frente al mar el cuadro de ordenanza, en medio del cual vacia de rodillas, cruzado de brazos, el infeliz Justo Cubin.

A su izquierda, el bondadoso ministro del altar procuraba animarle, prodigándole los consuelos de nuestra religión; á su derecha, el comandante Gabál no se cansaba de mirarle con feroz sonrisa, cual si se gozara en su tormento; y de frente, los cuatro mejores tiradores de la compañía esperaban arma al brazo la orden de hundir en su pecho el plomo homicida.

Por fin, llegó el instante supremo.

Y el sacerdote comenzó el sentimental Creo en Dios Padre.

Justo fue repitiendo con resignación una á una las palabras de su profesión religiosa.

Pero al llegar al su único hi... se detuvo, exhaló un grito de alegría, é incorporándose precipitadamente, trató de avanzar unos pasos para estrechar contra sí á una mujer que, fatigada la respiración, desgreñado el cabello y pálido, estremadamente pálido el semblante, acababa de penetrar en el cuadro.

Era su madre, que con el deseo de salvarle, había atravesado en menos de cuatro minutos la distancia que separa á Calella de la meseta; su madre, su idolatrada madre, cuya voz habia resonado gritando estruendosa en los espacios, como la del Angel del Apocalipsis:

—¡Pablo! ¡Pablo! ¡No mates á tu hijo!

VIII.

¡Vana esperanza!

En el momento de incorporarse aquel, hizo la fatal seña el jefe militar, y cuatro halas se hundieron á la vez en el pecho del infortunado.

Cármen, al oir las detonaciones, se precipitó sobre el cadáver, le estrechó delirante contra sí, le besó frenética y comenzó á llorar á gritos, de una manera capaz de enternecer al mismo mar que se estendia ante su vista.

Por fin, al cabo de un buen rato se levantó, se enjugó los ojos, y aproximándose al comandante, le dijo:

—¿Te acuerdas de la pobre huérfana de Barcelona á quien abandonaste cruelmente hace diez y ocho años? ¡Ja! ¡já! ¡já! Aquí la tienes; soy yo. ¿Te acuerdas de nuestro niño, de aquel cuya inocencia no fue capaz de conmoverte? Ahí está; recréate en su cadáver. ¿Verdad que era el mejor mozo de Cataluña? ¡Y tú le has matado para satísfacer un tanto tu sed de venganza! ¡Já! ¡já! ¡já! Ya estás vengado. Dispénsame la risa; me rio sin querer; es una enfermedad que padezco desde mi juventud. ¡Já! ¡já! ¡já! ¿Lo ves? No puedo remediarlo. ¿Por qué no te ries tú también?

Cármen Cubin estaba loca.

Los soldados la miraban enternecidos.

Pablo Gabál la contemplaba, sin acertar á despegar los labios.

IX.

Hace algunos meses tuve el gusto de conocer á un venerable sacerdote, cuya cabeza habia encanecido completamente la nieve de los años.

Era el mismo que auxilió á Justo en sus últimos instantes.

—¿Qué se hizo de Cármen? le interrogué con interés.

—¡Ay! La pobre loca sobrevivió poco tiempo á la muerte de su hijo.

—¿Y del comandante Gabál?

—Poco tiempo después también, murió una noche, en un callejón de Barcelona, á manos sin duda de algún pariente de sus innumerables víctimas, de un asesino misterioso, cuyo nombre no ha podido aun ser descubierto.

Y sabido el anterior desenlace, me puse á escribir esta historia.

¡Ojalá sirva de lección para algunos!

Abdon De Paz.

MONUMENTOS ESPAÑOLES ANTIGUOS.

LA PUERTA DEL CAMBRON.

Toledo es una de las ciudades de España mas ricas en monumentos artísticos, en su mayor parte de antigua fecha, en los que se reflejan, asi la grande importancia que alcanzó en otros tiempos , como las diversas vicisitudes por que ha pasado en la serie de los siglos, siendo unas veces romana, otras árabe, otras cristiana, de cuyas dominaciones lleva impresos en todas partes los rasgos que le dan la fisonomía especial que la distingue. Una de las curiosidades que el arqueólogo estudia en la vieja ciudad de los concilios, es la Puerta del Cambrón, asi llamada, por la zarza cambronera que habia junto á ella. La puerta de que se trata, y cuyo grabado acompaña al presente número, fue construida por el rey Wamba, reformada por los árabes, y reedificada por el corregidor Tcllo en 1576, dedicándola á Santa Leocadia. Consta de un ingreso principal, con dos torres á los estremos, una plaza y otro segundo ingreso, que tiene comunicación con la ciudad, y á los lados otras dos torres iguales á las mencionadas. Todas estas torres acaban en pirámides.

C.

RECUERDOS NACIONALES.

CASA DONDE MURIO EL CAPITAN
DON LUIS DAOIZ.

Ninguna ocasión mejor que la presente en que se celebra el aniversario del Dos de Mayo de 1808, para manifestar nuestro deseo, que seguramente es el de todo el vecindario de esta corte, de que se ponga siquiera una lápida en la casa núm. 4 de la calle de la Ternera, donde, según nuestras noticias, vivía el capitán don Luis Daoiz, el compañero heroico de Velante, y en la cual, trasladado con mortales heridas desde el Parque, falleció breve tiempo después. Dicha casa, de poca altura, consta de dos pisos, y presenta , con corta diferencia, el mismo aspecto y forma que en aquel día memorable. No á muchos pasos de ella, la piqueta ha echado abajo algunos edificios de los comprendidos en la alineación de la calle de Preciados» y es de temer que si se ignora ó se olvida la circunstancia sobre que llamamos la atención, el dia menos pensado caiga también derribada y desaparezca este recuerdo que debe ser sagrado como todo lo que se enlaza con las glorias del pais.

S.
LA CASA DE CORREOS.

Cuando sentados en una cómoda butaca, junto á una mesa de despacho, ponemos el sobre á una carta y escribimos la dirección que debe conducirla á su destino, nada mas ajeno de nosotros que pararnos á meditar el número de operaciones á que debe ser aquella sometida.

No ha faltado, sin embargo, algún estadista que se ha complacido en contarlas, siguiendo á una carta desde que entra en el buzón de la Casa de Correos, hasta que llega á poder de la persona á quien va dirigida; pero ocupado en esta investigación, ha olvidado otra no menos curiosa é interesante, que será asunto de nuestro articulo. Me refiero a la media hora anterior á la salida de los coches, cuando las bocas de los leones que tanto papel tragan durante el dia, reciben por cortesía el alimento que se las proporciona después de las siete, y lo retienen en la garganta durante algunas horas.

Aquel mare magnum en que se agitan los empleados, llenando sus respectivos deberes con una pasmosa celeridad; el ruido producido por la inutilización de los sellos; el espectáculo de las numerosas resmas de impresos, salidos hace un instante de la prensa, y que dentro de horas serán leidos con avidez en las poblaciones mas remotas; los paquetes de la correspondencia privada, donde tan hetereogéneos asuntos como deben contener se mezclan y confunden en una caja, para separarse luego en los puntos á que va dirigida, todos estos espectáculos, tan pobres á primera vista, convidan á la meditación y dan asunto á prolongadas y diversas consideraciones.

Allí en democrático consorcio se juntan momentáneamente las cartas del banquero y del mendigo, del hombre honrado y del criminal. Allí el papel ministro y el papel de estraza obtienen iguales honores é idéntico tratamiento; la tradicional oblea tropieza con el sello nobiliario, el sobre satinado con la indefinible plegadura de la epístola soldadesca; allí mueren los rangos, desaparecen las categorías y se pierden en el fondo de un cesto la letra del poeta y la del memorialista , el autógrafo que alcanzará dentro de siglos exhorbitantes cantidades y el que servirá para los usos mas vulgares, apenas descifrado.

En aquellos diseminados paquetes, en aquellos millares de cartas de todos tamaños y formas, ¡qué diversidad de noticias se encerrarán! El sobre de muchas de ellas suele denunciar su contenido. Esa carta de color rosado, de cuidadosos dobleces y embriagador perfume, espresa el amor correspondido, lleva consigo la esperanza y la felicidad; esa otra, cuyos negros cantos manifiestan una existencia menos", lleva tal vez á una familia dichosa la primera noticia de que acaban de herirla la orfandad y la miseria; aquella en cuyo sobre ha dejado una mano huellas visibles de sudor y polvo, puede adivinarse que empezará con la siguiente frase: «Me alegraré que al recibo de estas cuatro letras (¡y ocupa las cuatro caras!) te halles con la mas cabal salud, que yo para mí deseo.» Las otras llevarán indudablemente la queja del amante despreciado ; la petición de dinero del estudiante, que según la repetición con que pide para libros, debe poseer una biblioteca de miles de volúmenes; la amenaza del ofendido; la quiebra del comerciante; la circular deL especulador; la satisfacción del ofensor; el acuse de recibo de alguna deuda; las quejas de no haberse hecho efectivas muchas; la participación de un matrimonio reciente; el anónimo cobarde que vá á producir acaso desgracias en una familia tranquila; la declaración del suicida al despedirse del mundo, y la epístola del corresponsal que dice á veces lo que sabe y no suele callar lo que ignora.

Y si de los paquetes de la correspondencia privada pasamos á los de la oficial, no menos importante ni digna de mención la encontraremos. Ella comunica á una localidad la concesión de una obra de interés para sus hijos; sorprende al labrador con la exigencia de los tributos; concede al industrial el aprovechamiento de algunas aguas ó terrenos y lleva á toda la circunferencia la vida del centro para volver á absorberla nuevamente, como sucede con la circulación de la sangre en el cuerpo humano. Desgraciadamente, y á pesar de las razones morales y administrativas que o condenan, muchas de esas cartas al llegar á su término dejan sin pan á una familia y en el lenguaje especial de los empleados se llaman cesantias. Y si esas cesantías sólo supusieran cesar de trabajar, menos malo, pues no hay nadie que á la corta ó á la larga no se acostumbre al descanso; pero como no es posible cesar de comer, introducen un espantoso desequilibrio en el interior de la casa herida por el rayo de la desgracia, naciendo de ese desequilibrio que mata la vida del trabajo, la vida de la trampa, la vida de la limosna ó la vida del crimen.

Parece increíble que de tan pequeñas causas nazcan efectos tan grandes; que medio pliego de papel doblado y manuscrito, lo que se ha convenido en llamar una Carla, que es, según los niños, en su parte material

blanca como la leche ,
negra como la pez,
 

en su misión,

hable y no tenga boca,
ande y no tenga pies.

La Casa de Correos es la depositaría interina de nuestros temores y de nuestras esperanzas, de nuestros pesares y nuestras alegrías, y los carteros, esos mercurios de uniforme que están á su servicio y cambian con el mayor desinterés una respetable herencia por un cuarto, ó nos entregan riéndose un documento que nos reduce á la miseria, son nuestros salvadores o nuestros verdugos.

¡Cuántas veces les aguardamos con ansia!
¡Cuántas otras les haríamos rodar la escalera!

Manuel Ossorio Y Bernard.

Con sumo placer damos cabida á la siguiente composición, una de las mejores que contiene el tomo de Poesías recientemente publicado por su autor, y sin duda una de las mas bellas y enérgicas que ha inspirado el asunto patriótico que conmemora.

EL DOS DE MAYO.

   Oigo patria tu aflicción,
y escucho el triste concierto